El aborto es el crimen legal
que ha consagrado nuestra civilización, como
otras civilizaciones consagraron la guerra o
el derecho de conquista.
A pesar de que uno de los orgullos de la
humanidad actual está en las declaraciones
múltiples de los derechos humanos, pareciera
que el primer derecho que es el de la vida
por nacer, fuera la gran excepción a la
regla. Todo hombre ya nacido es intocable.
Pero el que aún no ha visto la luz está
condenado a muerte por múltiples y débiles
causas en una gran parte de países
"civilizados".
Tanto en el Egipto de los faraones como en
la Grecia de Pericles, el aborto era ya una
costumbre sostenida, siguiendo distintos
métodos anticonceptivos o abortivos. La
utilización de preparados especiales o
instrumentos obstructivos que eran
introducidos por vía vaginal eran no solo
conocidos, sino usados con toda normalidad
por las parteras y los médicos.
Sin embargo, Hipócrates, el médico griego
que concibiera la medicina como una
profesión moral, ya pedía en el siglo IV
antes de Cristo, un juramento que los
galenos han mantenido a lo largo de su larga
historia. "No suministraré, por más que me
lo pidan, ningún tipo de droga homicida, ni
aconsejaré este tipo de iniciativas:
asimismo me abstendré de dar a la mujer
ningún abortivo"
Igualmente, el pueblo de Israel, ya tenía
esta convicción moral desde dos siglos
antes. Escribía el médico Assaph, a
propósito de los brebajes que los egipcios
daban a las parturientas: "No intentes matar
a nadie con extractos de plantas ni hagas
beber pócimas abortivas a mujeres adúlteras
embarazadas"
Algunos pueblos, siguiendo el paradigma
espartano despeñaban o ahogaban a los recién
nacidos, cuando estos presentaban algún
defecto físico. Era, sin duda, un aborto más
bien brutal.
El aborto terapéutico es a veces una
expresión verbal que oculta el crimen
autorizado por la ley, que en muy poco se
diferencia de la tradición espartana. Es el
modo legal en que el hombre moderno realiza
la selección artificial de las razas.
Aun quedan algunos pueblos como Chile, que
no contemplan como ley esa orgía de sangre.
Que afirman que el aborto es un crimen. Y
nuestra Constitución política consagra en su
primer artículo el derecho a la vida de
todos sus ciudadanos, incluyendo a los aún
no nacidos.
La libertad que se invoca como principio
absoluto sin referencia alguna a
presupuestos morales, es una falacia que se
enfrenta con la verdad. Porque la verdad
primera está en la vida del ser humano, de
donde surgen todos los derechos, así como
las obligaciones de la sociedad. Nadie, ni
personalmente, ni en sociedad puede
atropellar este primer principio. De modo
que cualquier decisión sobre la vida ajena
es inaceptable en términos absolutos. Toda
acción que conduce a matar es vituperable,
moralmente inaceptable.
Solamente puede el hombre aceptar, como un
mal menor, la muerte del injusto agresor, la
que no es querida en sí, sino tolerada en
virtud del derecho propio a la vida.
En el caso del aborto, no hay razón alguna
que permita considerar al feto como un
agresor, puesto que solo podrá darse en el
caso de que la criatura constituyera un
inminente peligro para la vida de la madre o
su existencia implicara un peligro de muerte
para otros. Nada de esto es posible, por lo
que no existiría una justificación racional
de su eliminación.
Frente al aborto entran en juego dos
concepciones de moral absolutamente
contrapuestas, la objetiva y la subjetiva.
En el primer caso, la postura es simplemente
negativa: Nunca , en ninguna circunstancia
es aceptable la provocación de la muerte del
feto. En la visión subjetiva, esta acción
será buena o mala, solamente en la medida
que cada individuo lo juzgue
Cuando los Estados intervienen directamente,
estableciendo reglas permisivas frente al
aborto, debemos reconocer que nos
encontramos ante una situación de grave
inmoralidad objetiva. El poder sobre la vida
y la muerte corresponde sólo al creador y no
a las criaturas. Este es el principio básico
general. Nada puede justificar el uso de la
violencia contra los inocentes bajo ningún
subterfugio legal. Más aún repugna a la
racionalidad común la existencia misma de
leyes que atenten contra el bien común. Y la
presencia de leyes como la del aborto no son
otra cosa que la consagración en los hechos
del Estado totalitario.
El aborto no es solo un problema de moral
individual, sino que sobre todo una
aberración de moral social, que en ningún
caso podría quedar justificada por el
expediente formal de que casi todos lo
hacen. Simplemente significa que casi todos
los Estados actuan al margen o contra la
moral natural. Consecuentemente, el mundo
está lleno de Estados inmorales.
Es hoy día opinión común, compartida por la
mayoría de los Estados, que la violación de
los derechos humanos no deba tener
excepciones. Lo que es muy lógico desde el
punto de vista racional. Por lo mismo,
resulta altamente irracional que esos mismos
Estados alberguen en su legislación normas
que contradicen abiertamente el principio
que dicen sostener.
Una lógica en los principios debe traducirse
en una lógica en las leyes, en los juicios y
en las sanciones.
Frente al aborto pareciera que muchos
Estados hicieran un paréntesis para
escamotear el principio general, tan
fuertemente manifestado en el resto de las
proposiciones morales que dicen relación a
la vida.
La Iglesia católica tiene una sola postura
ante el aborto. Es la que deriva del
mandamiento "No matarás" en su más amplia y
profunda perspectiva. Este mandamiento no
admite excepciones, por lo que la
destrucción de la vida en el vientre
materno, en ninguyn caso puede ser aceptada.
Si bien es cierto que no encontramos una
afirmación expresa en los textos bíblicos en
cuanto al hecho del aborto, en la tradición
de la Iglesia nunca se ha puesto en duda la
dignidad absoluta de la vida humana en
cualquier circunstancia que esta se dé.
FUENTE:
casadelafamilia.cl
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