La tarde se oscurecía
entre la una y las dos,
que viendo que el Sol se muere,
se vistió de luto el sol.
Tinieblas cubren los aires,
las piedras de dos en dos
se rompen unas con otras,
y el pecho del hombre no.
Los ángeles de paz lloran
con tan amargo dolor,
que los cielos y la tierra
conocen que muere Dios.
Cuando está Cristo en la cruz
diciendo al Padre, Señor,
¿por qué me has desamparado?
¡ay Dios, qué tierna razón!,
¿qué sentiría su Madre,
cuando tal palabra oyó,
viendo que su Hijo dice
que Dios le desamparó?
No lloréis Virgen piadosa,
que aunque se va vuestro Amor,
antes que pasen tres días
volverá a verse con vos.
¿Pero cómo las entrañas,
que nueve meses vivió,
verán que corta la muerte
fruto de tal bendición?
«¡Ay Hijo!, la Virgen dice,
¿qué madre vio como yo
tantas espadas sangrientas
traspasar su corazón?
¿Dónde está vuestra hermosura?
¿quién los ojos eclipsó,
donde se miraba el Cielo
como de su mismo Autor?
Partamos, dulce Jesús,
el cáliz de esta pasión,
que Vos le bebéis de sangre,
y yo de pena y dolor.
¿De qué me sirvió guardaros
de aquel Rey que os persiguió,
si al fin os quitan la vida
vuestros enemigos hoy?»
Esto diciendo la Virgen
Cristo el espíritu dio;
alma, si no eres de piedra
llora, pues la culpa soy
Autor: Lope de Vega
En ese momento la
cortina del santuario del templo se rasgó en dos, de arriba abajo. La
tierra tembló y se partieron las rocas. Se abrieron los sepulcros, y muchos
santos que habían muerto resucitaron.
Salieron de los sepulcros y, después de
la resurrección de Jesús, entraron en la ciudad santa y se aparecieron a
muchos.
Cuando el centurión y los que con él
estaban custodiando a Jesús
vieron el terremoto y todo lo que había
sucedido, quedaron
aterrados y exclamaron: --¡Verdaderamente éste era el
Hijo de Dios!
Mateo 27:51-54
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