En este capítulo, Salomón
inculca, con gran vanidad de
expresiones, las mismas cosas
de las que había tratado en
los capítulos anteriores.
I. Una seria exhortación al
deseo y estudio de la verdadera
sabiduría (vv. 1-13).
II. Una necesaria advertencia
contra las malas compañías (vv.
14-19).
III. Instrucciones para adquirir
y conservar la sabiduría a fin de
dar frutos de sabiduría (vv. 20-27).
Versículos 1-13
1. Invitación de Salomón a sus
hijos (vv. 1, 2): «Escuchad, hijos,
la instrucción de un padre». Contra
la opinión de J. J. Serrano -nota
del traductor- y siguiendo la del
rabino Cohen y del propio M. Henry
-creemos que aquí no se trata de
«discípulos», sino de verdaderos
«hijos». La instrucción de un padre
sabio ha de ser atendida con toda
diligencia, pues ese es el modo de
adquirir cordura (hebreo, bináh,
esto es, tanto entendimiento como
discernimiento). Tanto los
magistrados como los ministros de
Dios han de mostrar un particular
interés en instruir a sus hijos,
pues a mayor conocimiento
corresponde mayor responsabilidad.
Comenta Malbim que la expresión de
«un padre»», en contraste con 1:8
(«tu padre»), «insinúa que está
impartiéndoles una instrucción
paternal que él mismo había recibido
de su padre». Esto se confirma por
el vocablo usado en la primera parte
del y. siguiente para expresar esa
instrucción, ya que el hebreo leqaj
significa «lo que se ha recibido» de
los antepasados. En 2b, el vocablo
hebreo es torat, enseñanza que
consiste en instrucciones basadas en
la ley. La religión tiene a la razón
de su lado y nos da enseñanzas
fundadas en verdades ciertas y en
normas seguras.
2. Instrucciones que les da. El
las recibió de sus padres y enseña a
sus hijos lo mismo que a él le
enseñaron (vv. 3, 4). Sus padres le
amaban y, por tanto, le enseñaron:
«Yo fui hijo de mi padre» (v. 3), no
es una perogrullada; el sentido es:
«hijo escogido y obediente», como
entendieron los LXX (. «también yo
fui hijo obediente de mi padre»),
aun cuando así trastornaron el orden
del hebreo y tradujeron por
«obediente» el hebreo raj, tierno.
Para su madre (3b) había sido el
«preferido» (hebreo yajid, único).
Es cierto que Betsabé dio a David
cuatro hijos (1 Cr. 3:5), pero
Salomón fue el preferido de sus
padres y el escogido de Dios. Quizá
fue David más estricto en la
educación de Salomón que en la de
los otros hijos, pues, además de la
excesiva condescendencia que mostró
con los caprichos de Amnón y Absalón,
se nos dice expresamente en cuanto a
Adonías (1 R. 1:6) que «su padre
nunca le había lastimado» (lit.;
esto es, «contrariado»). Aunque
Salomón sobrepasó después a su padre
en sabiduría, no tuvo empacho en
referirse con respeto a las
enseñanzas que de él había recibido.
Si resulta útil buscar las sendas
antiguas (Jer. 6:16) ¿por qué hemos
de despreciar las enseñanzas
antiguas? Aunque no hemos de ser
seguidores serviles de los maestros
que nos precedieron, tampoco hemos
de despreciar lo mucho bueno que nos
legaron.
3. Pasando ya a detallar las
principales instrucciones que les
da, vemos que consisten (vv. 4-13)
en preceptos y exhortaciones acerca
del valor de la sabiduría, conforme
le había enseñado su padre; y por
cierto, lo había hecho con gran
interés e insistencia: (A) Le había
preceptuado retener sus palabras (v.
4. Lit.), las buenas lecciones que
le había dado; sus dichos (v. 10),
expresiones sueltas, llenas de
prudencia; había de retenerlos,
guardarlos para vivir una vida
honesta útil y dichosa (v. 4);
retenerlos en el corazón, no sólo en
la cabeza, pues sólo cuando arraigan
en convicciones dan buen fruto las
lecciones.
No había de olvidar ni dejar la
sabiduría, sino guardarla, para ser
guardado; amarla, para ser protegido
por ella; ensalzarla, para ser por
ella ensalzado; abrazarla, para ser
honrado y adornado por ella (vv.
4-9). Ella otorga longevidad,
rectitud, seguridad, vida (vv.
10-13). (B) Para corroborar estas
exhortaciones, que son mandamientos
(mitsotay, v. 4), enaltece la
sabiduría como algo que tiene valor
supremo (v. 7): «Lo primordial (es
la) sabiduría; adquiere sabiduría»
(ésta es la mejor versión).
Todas las demás cosas de este mundo,
comparadas con ella, son de valor
secundario; por eso, hay que
adquirirla (v. 5), comprarla, a
cualquier precio (23:23). La
sabiduría verdadera nos recomienda a
Dios, embellece el alma, nos
capacita para vivir una vida santa,
útil, llena de sentido, y nos
encamina derechamente a la vida que
no tendrá fin.
No es extraño, pues, que haya de
adquirirse aun a costa de todas las
posesiones (v. 1b).
Es cierto que esta sabiduría es un
don de Dios, como lo fue para
Salomón, pero Dios la da a quienes
la piden (Stg. 1:5) y a quienes se
esfuerzan por hallarla.
Si no podemos llegar a ser maestros
de sabiduría, seamos amantes (v. 6)
de sabiduría.
Versículos 14-19
Si esta porción continúa con
exhortaciones de David a Salomón o
marca un recomienzo de los consejos
del propio Salomón no es de fácil
solución.
M. Henry se inclina por eso último,
pero la mayoría de los autores no
parecen advertir aquí ningún corte,
tanto más cuanto que toda la porción
restante (vv. 14-27) no hace sino
ampliar la alegoría de los dos
caminos, ya iniciada anteriormente,
especialmente a partir del v. 11. En
los vv. que siguen, se nos previene
contra los caminos de los malvados.
Veamos:
1. La advertencia misma (vv. 14,
15): «No entres por la vereda de los
malvados, etc». El término hebreo
reshaím conota los que pecan contra
Dios de modo directo, mientras que
el «raím» del segundo estico (lit.
malos) indica los que pecan
directamente contra el prójimo. La
exhortación del v. 15 da a entender,
no sólo la precaución de no poner
los pies en el mal camino, sino
también la de mantenerse lo más
lejos posible de él. Nunca hemos de
pensar que nos apartamos demasiado
de tal camino; un pequeño
acercamiento supone una gran
concesión a la tentación que implica
la compañía de los malvados.
2. Las razones que corroboran
esta precaución: «considera el
carácter de tales hombres: Son tan
malos que no duermen tranquilos si
han pasado el día sin cometer alguna
maldad de bulto (v. 16); para ellos,
el crimen es su comida y su bebida
(v. 17); en realidad, comen y beben
de lo que han robado a viva fuerza,
por la rapiña y la opresión. Pero,
aunque ellos piensen que prosperan,
su camino se va estrechando, y aun
oscureciendo, progresivamente; de
forma que, faltos de luz verdadera,
acaban por tropezar y caer, sin
percatarse siquiera de la causa de
su final desventura (v. 19). En
cambio (v. 18), «la senda de los
justos es como la luz de la aurora,
que va en aumento hasta llegar a
pleno día» (comp. con Job 22:28).
Cristo es nuestra luz (Jn. 8:12) y
nuestro camino (Jn. 14:6). Los
justos caminan guiados por la
Palabra de Dios, la cual es luz para
el camino y para los pies (Sal.
119:105); ellos mismos son luz en el
Señor (Ef. 5:8) y caminan en la luz
como él (Dios) está en la luz (1 Jn.
1:7). Es una luz que brota en la
oscuridad (Is. 58:10) y crece,
brilla más y más; no es como la luz
del meteoro, que desaparece pronto,
ni como la luz de la candela, que se
debilita hasta apagarse, sino como
la del sol, que brilla más cuanto
más sube.
Versículos 20-27
Tras exhortamos a no hacer el mal,
ahora nos exhorta a hacer el bien.
1. Los dichos de la sabiduría
deben ser nuestras normas de
conducta; por eso, hemos de inclinar
el oído a ellas (v. 20); escucharlas
con sumisión y prestarles diligente
atención, sin perderlas de vista (v.
21, comp. con 3:21). Hemos de
guardarlas en nuestro interior
(comp. con 2:1) como se guarda un
tesoro que se teme perder. La razón
por la que hemos de estimar así las
palabras de la sabiduría es que
ellas serán para nosotros alimento y
medicina (v. 22), como el árbol de
la vida (Ap. 22:3). Así como nuestra
vida espiritual comenzó mediante la
palabra (Jn. 3:5; 1 P. 1:23), así
también se ha de conservar y
mantener por medio de la palabra. La
segunda parte del v. 22 es una
variante de 3:8. En la palabra de
Dios hay un remedio adecuado y
completo para todas las enfermedades
espirituales y aun para muchas
enfermedades físicas.
2. Especial vigilancia necesita
nuestro corazón (v. 23) «porque de
él mana la vida». Siendo el corazón
el centro y la fuente de nuestra
conducta, hemos de velar para que de
él salgan actividades santas, según
las normas de Dios y en docilidad a
la conducción del Espíritu, pues así
no saldrán las corrupciones de
nuestra naturaleza caída. Guardar el
corazón es albergar buenos
pensamientos y acallar los malos,
poner el afecto en los objetos que
lo merecen y dentro de los límites
debidos. Muchos son los modos de
guardar un objeto: el cuidado, la
fuerza y la petición de la ayuda
necesaria.
3. Otro objeto de especial
vigilancia son los labios (v. 24),
puertas por las que sale lo que hay
en el corazón (Mt. 12:34; Lc. 6:45).
El hebreo usa dos vocablos que
significan respectivamente
«torcedura» (de boca) y «desviación»
(de labios). En ambos casos vienen a
significar, con la mayor
probabilidad «falsificación de la
verdad», en la que se incluyen la
mayoría de los pecados de la lengua.
4. El v. 25 nos exhorta a mirar
rectamente; un corazón recto, así
como incita a hablar rectamente,
también incita a mirar rectamente;
ésta es la recta intención que el
Señor recomendó bajo la expresión
«ojo sano» (Mt. 6:22). Si ponemos
nuestros ojos fijos en el Señor (He.
12:2), no los desviaremos a ninguna
mala parte.
5. Finalmente, hemos de vigilar
nuestros pies (vv. 26, 27): «Examina
(lit, pesa) la senda de tus pies».
Como si dijera: «Pondera bien las
alternativas para no vagar sin
rumbo, sino poder pisar firme y
fuerte. Pon en un platillo de la
balanza la palabra de Dios, y en el
otro lo que has hecho o vas a hacer,
y mira a ver si coinciden; no obres
con precipitación; y, una vez que
hayas escogido el sendero recto, no
te desvíes a ningún lado (v. 27)».