En eso, uno de los que estaban con él extendió la mano, sacó la espada
e hirió al siervo del sumo sacerdote, cortándole una oreja.
--Guarda tu espada --le dijo Jesús--, porque los que a hierro matan, a
hierro mueren.
¿Crees que no puedo acudir a mi Padre, y al instante pondría a mi
disposición más de doce batallones de ángeles?
Pero entonces, ¿cómo se cumplirían las Escrituras que dicen que así tiene
que suceder?
Y de inmediato dijo a la turba: --¿Acaso soy un bandido, para que
vengan con espadas y palos a arrestarme? Todos los días me sentaba a enseñar
en el templo, y no me prendieron.
Pero todo esto ha sucedido para que se cumpla lo que escribieron los
profetas. Entonces todos los discípulos lo abandonaron y huyeron.